Ordenaciones Sacerdotales 2019

Conozca a nuestros nuevos sacerdotes

P. Wilmar Soto, L.C.

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UNA VIDA LLENA DE GRATITUD  

«Ya no os llamo siervos, os llamo amigos» (Jn 15,15)  

Cuando miro hacia atrás y veo la gran historia de amor y predilección a la que Dios me ha llamado, mi corazón se llena de GRATITUD. Esta fue la primera palabra que vino a mi mente cuando comencé a recordar y a escribir la historia de mi vocación.  

Podríamos pensar que todas las historias vocacionales de los sacerdotes son iguales. Nada más lejos de la realidad. Dios llama a cada uno de diversa manera, porque para Dios cada sacerdote es único; así nos lo afirma la escritura cuando dice: «Tu eres mi hijo amado, mi elegido» (Mc 1,11). 

 

«Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré» (Jer 1,5)  

Nací en un pueblo del oriente Antioqueño de Colombia, llamado El Santuario. Un pueblo de gran fe y tradición religiosa. Tuve la suerte de nacer en el seno de una familia de campo, donde Dios y los valores eran nuestro mayor tesoro. Desde ese ambiente de sencillez pude conocer a Dios, que poco a poco se fue apoderando de mi corazón.  

Mis mejores maestros de la fe fueron mis padres, Gabriela y Néstor. Ellos con su ejemplo de amor, sencillez, trabajo y honestidad nos enseñaron a mis hermanos y a mi a tener a Dios como prioridad en nuestras vidas, y a nunca desfallecer a pesar de las dificultades. No puedo pasar de largo sin mencionar a mis cuatro hermanos: Patricia, Ferney, Néstor y María Isabel. Cada uno de ellos, a su manera, han aportado tantísimo a mi vida y a mi vocación. Han hechos sacrificios por mí y me han enseñado a amar de una manera muy especial.  

De mi niñez recuerdo que cada domingo bajábamos al pueblo en familia para escuchar la Santa Misa. A mi me gustaba escaparme de mis papás para irme al presbiterio del templo. Desde ahí observaba al sacerdote, cómo predicaba y cómo celebraba la Eucaristía. Recuerdo con mucha claridad a uno en especial. En una ocasión, mientras érepartía la comunión, le dije a mi mamá desde mi inocencia: “mami yo también quiero repartir esas tajaditas”; más grande descubriría que esas tajaditas eran el mismo cuerpo de Cristo. Mi corazón se llena de gran alegría porque hoy el Señor me da su gracia y su poder para poder convertir esas tajaditas en su verdadero cuerpo.  

Unos años más tarde pude cumplir uno de mis mayores sueños que era servir el altar como monaguillo. Fue en ese momento, cuando mi vocación por la vida sacerdotal comenzó a ser más fuerte. Recuerdo de ese periodo con gran cariño a mi madre que, sabiendo de este deseo a tan temprana edad, en muchas ocasiones se arrodillaba a mi lado en el momento de la consagración en la misa, y susurraba a mi oído y me decía que le pidiera a Jesús que yo fuera un bueno y santo sacerdote. Hoy esa oración sigue resonando en mi corazón y la sigo repitiendo todos los días con el mismo fervor con que lo hacía junto a mi madre.  

Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser sacerdote. Un día mi mamá se encontró con una amiga que tenía a su hijo en el seminario. En su conversación le contó que yo quería ser sacerdote. La señora me puso en contacto con el seminario de su hijo y fue ahí cuando conocí por primera vez a los legionarios de Cristo. La primera vez que fui, me impactó demasiado ver a muchos niños de mi edad que tenían el mismo sueño que yo, querer ser sacerdote. Regresé muy entusiasmado a mi casa por todo lo que había visto y por lo que había vivido.  

Y se llegó el momento de ingresar al centro vocacional. Mis papás con mucho esfuerzo y sacrificio me dieron la oportunidad de asistir al cursillo introductorio. Para ellos lo más importante era hacer la voluntad de Dios. Yo era un niño y con tan solo 11 años comenzó mi aventura en el seguimiento de Dios. Recuerdo que fueron tiempos maravillosos, donde pude compartir con muchos sacerdotes y compañeros. Desgraciadamente la dicha no me duró por mucho tiempo, ya que dos años después tuve que salir del seminario porque era muy “inquieto” y los formadores optaron por devolverme a mi casa.  

Dios es quien siempre llama, quien siempre busca y quien se encarga personalmente de cada uno de nosotros  

Para mi no fue fácil esta decisión. Recuerdo que en mi rebeldía no quería saber nada del seminario. Comenzaba para mí la edad del pavo. Regresé a Santuario y continué con mis estudios y con mi vida normal. No importaba si hacía frío o estuviera lloviendo, todos los días tenía que madrugar y andar unos buenos kilómetros en bicicleta para ir al colegio. No lo sabía, pero Dios se valdría de estos tres años por fuera del seminario para hacerme madurar en mi vida y en mi vocación, y enseñarme a luchar por aquellas cosas que valen la pena.  

Iba creciendo y cada vez me acercaba más a terminar mi bachillerato. Me iba muy bien en los estudios, e incluso gané una beca universitaria, lo cual era un gran primer logroEn ese último año, por Diocidencias de la vida, me encontré con un sacerdote legionario que me había conocido en el seminario menor, y platicando me lanzó la pregunta que cambiaría todos mis planes: ¿No te gustaría volver a intentarlo? Para mí estas palabras fueron como una flecha directa al corazón.  

La inquietud vocacional volvió con gran fuerza. Comencé un proceso de discernimiento, me incorporé al Regnum Christi de Medellín, y pude asistir a las misiones de evangelización. Y tomé la decisión de volver al seminario después de concluir mi bachillerato. No me importaba perder la beca, tan sólo quería quitarme la espinita de la vocación.  Esta vez lo hice con mayor madurez y con un objetivo: Discernir si Dios me llamaba para ser sacerdote.  

Después de esta segunda experiencia sentí en mi corazón que ese era mi camino y que Dios me llamaba para ser su sacerdote. Volví al pueblo, pero esta vez no era para quedarme sino para decir adiós a mi familia y a mis amigos. Aún recuerdo el rostro de mi papá que con lágrimas en los ojos me decía: Yuvan, si vas a ser sacerdote, no puedes ser cualquiera, tienes que ser un santo sacerdote. Para mi lo más fuerte de este momento fue verlo llorar, pues jamás lo había hecho delante de mí.  

Desde ese momento me convertí en un misionero. Dios había ganado la batalla y sobre todo había ganado mi corazón. Comencé mi formación en el noviciado de Medellín y después de un año fui trasladado a México que, sin saberlo, se convertiría años más tarde en mi segundo hogar. Después de dos años de noviciado hice mi primera profesión religiosa. Después de la profesión, fui enviado a Salamanca, España, para cursar las humanidades clásicas. Al culminar mis estudios en Salamanca, los superiores me enviaron a estudiar filosofía en Nueva YorkEU. Cada centro de formación por el que pasé iba dejando una huella profunda en mi vida. 

 

Dios nos forma a través de otros.  

Cuando terminé los estudios de filosofía, comen mis prácticas apostólicas. EVenezuela colaboré por un semestre en la promoción vocacionalPosteriormente me asignaron una nueva misión en México. Trabajé en la promoción vocacional en San Luis Potosí y el Bajío durante un año y medio, y después como Instructor de formación en el Alpes Cumbres de Guadalajara durante dos años.  

En este periodo de mi vida, la Legión de Cristo, pasó por la crisis que ya todos conocemos. Fueron momentos muy duros para la legión, pero también para mi.  Yo nunca dudé de mi vocación sacerdotal. Lo único que tenía claro es que Dios me había llamado para ser Su sacerdote, y que, si quería que fuese en la Legión, mi respuesta era a Él.  

Recuerdo con mucho cariño esta época de trabajo pastoral en México, porque pude conocer a personas maravillosas, que Dios puso en mi camino, que me ayudaron y que me acogieron como a un hijo. Sería imposible escribir todos los nombres, pero Dios sabe cuanto les agradezco por todo lo que han hecho por mi. Cuando concluí mi periodo de prácticas apostólicas llegó el gran momento de ir a estudiar a Roma. Había aprendido muchas cosas, pero lo puedo resumir en una frase: El sacerdote es un don de Cristo para los demás.  

Cada vez estaba más cerca del sacerdocio. Mi vida en Roma no fue una época fácil, pero aprendí a valorar y a luchar mi vocación. Pude rencontrarme con viejos amigos del seminario con los que pude compartir la alegría de la vocación. Dios me ha consentido mucho a lo largo de mi vida, pero en Roma siempre me mostró su mano y su cariño, y sobre todo su presencia a mi lado.  

Después de dos años de teología salí a un segundo periodo de prácticas apostólicas. Fue un momento donde se terminó de consolidar mi vocación. En esta ocasión fui designado nuevamente a México, en concreto a la ciudad de Mérida, Yucatán. Ahí pude conocer también personas maravillosas que me enseñaron a crecer en mi fe, a madurar mi vocación y, sobre todo, a confiar siempre en Dios. Un año más tarde regresé a Roma para terminar mi último año de teología. Dios me tenía grandes cosas preparadas en Roma, como poder saludar al Papa en algunas ocasiones y sobre todo mi ordenación diaconal, que pude recibir en mi querida Colombia al lado de mi mayor tesoro que es mi familia. 

 

«En todas las cosas da gracias a Dios» (1Tes 5,18)  

Son muchas las cosas que tengo que agradecer y que este espacio no sería suficiente para hacerlo. Solo Dios sabe la gratitud que guardo para Él y para muchas personas que siempre han estado en mi vida. No quiero terminar estas líneas sin antes agradecer de manera especial a mis padrinos, Orlando y Disney, que siempre me han apoyado en todos los aspectos desde que ingresé al seminario, y por su puesto a la Legión de Cristo, que ha creído en mi y que hoy me acoge como su sacerdote.  

Ser sacerdote es un don muy grande, no es un regalo personal sino para toda la humanidad. Es un tesoro que llevo en manos frágiles que comparto con mi familia, con mis amigos y con todas aquellas personas que de alguna manera se han convertido en instrumentos de Dios para crecer y para cultivar este gran tesoro. Dios me ha llamado para ser su instrumento, y a pesar de mi miseria Él ha confiado en mi. Dios no me deja solo, me acompaña en cada uno de ustedes.  

La vocación de ser sacerdote es la vocación de ser otro Cristo, de ser su amigo. Por eso comencé este relato escribiendo las palabras del evangelio de San Juan «Ya nos os llamo siervos, os llamo amigos» (Jn 15,15), porque hemos sido llamados de manera personal por Cristo a hacer una diferencia en el mundo, a impactar la vida de los demás con Su mensaje y sobre todo hacer creíble Su palabra con nuestro testimonio de vida. «Muchos no leerán otro evangelio sino el de tu propia vida» (San Francisco de Asís).

 

 

Nació el 29 de mayo de 1986 en El Santuario, Antioquia, Colombia. Es el segundo de una familia de cinco hijos. Se incorporó al Regnum Christi en 2002. En 2003 Ingresó a la Legión de Cristo, haciendo su primer año de noviciado en Medellín, Colombia, y su segundo año en Monterrey, México, donde emitió su primera profesión religiosa. De 2005 a 2007 estudió humanidades clásicas en Salamanca, España, y luego cursó el bachillerato en filosofía en Thornwood, EU. En 2008 comenzó a colaborar en la promoción vocacional en el estado Táchira, Venezuela, y posteriormente en San Luis Potosí y el Bajío, México. A partir de 2011 fue instructor de formación en el Instituto Alpes Cumbres de Guadalajara, México. Hizo su profesión perpetua el 23 de febrero de 2013. Cursó los primeros dos años de teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. En 2015 trabajó como instructor de formación en el Instituto Cumbres de Mérida, México, y un año después regresó a Roma a concluir sus estudios teológicos. Recibió la ordenación diaconal el 18 de agosto de 2018 en Bogotá, Colombia. Actualmente estudia la licenciatura en teología moral en Roma.