Ordenaciones Sacerdotales 2019

Conozca a nuestros nuevos sacerdotes

P. Lucas Délano, L.C.

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«Sígueme»  

Mirando al crucifijo que había al fondo, en un momento, sentí que Jesús me miró fijamente y llamó de modo muy personal, tal como dice el Evangelio: «Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: (…) Sígueme» (Mc 10,21).  

«Porque um dia é preciso parar de sonhar, tirar os planos das gavetas e, de algum modo, começar» («Porque un día es necesario parar de soñar, sacar los planos de los cajones y, de algún modo, empezar»). Esta frase es de Amyr Klink, un marino aventurero brasileño. La encontré en un museo de São Francisco do Sul en enero de 2004 y me quedó grabada. Siento que expresa una gran verdad de la vida que a todos nos toca enfrentar en algún momento. Partí de mi casa un domingo de mayo de 2006. Fui a vivir a una de las comunidades que los legionarios tenemos en Santiago, a hacer un discernimiento vocacional más intenso, mientras seguía estudiando en la universidad. Lo fuerte no fue irme. Ese día estaba muy sereno y feliz. Lo fuerte fue amanecer al día siguiente en la casa de los padres y sentir que ya no había vuelta atrás. Me vino a la cabeza la frase de que “hasta el camino más largo comienza con un solo paso” y sentí que bajarme de la cama era dar ese paso. 

 La inquietud por la vocación empezó desde chico, en el colegio. El Señor la fue sembrando poco a poco a través de algunas experiencias de encuentro con Él en los retiros de curso, campamentos y actividades del ECYD, misiones, etcLa primera de estas experiencias que recuerdo ocurrió cuando tenía 13 años. Una mañana pasé una capilla para hacerle una visita a Jesús y me arrodillé en una de las bancas de más atrás. No siento que fuera un niño particularmente piadoso, sino muy normal, y tampoco es que fuera muy común para mí hacer este tipo de visitas. Pero estando ahí y mirando al crucifijo que había al fondo, en un momento, sentí que Jesús me miró fijamente y llamó de modo muy personal, tal como dice el Evangelio«Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: (…) Sígueme» (Mc 10,21). Me asusté mucho y quedé helado en la banca, pero experimenté esa fascinación que produce el misterio de Dios. Dahí salí con una certeza profunda, como una roca que quedaba firme en mi interior. No lo sentí como un llamado explícito al sacerdocio, pero sí como una invitación a seguir a Jesús de un modo radical en mi vida, a pertenecerle completamente. Fue el primer “sígueme”, tan lleno de esa frescura matinal de los inicios, como en el llamado que Jesús le hizo a Pedro después de la primera pesca milagrosa (Lc 5,1-11).  

Otra experiencia fuerte que recuerdo fue al final de ese mismo año, en unas misiones que hicimos con varios compañeros de colegio en un pueblo del valle central de Chile. Al final de esa semana, al mirarme en el espejo del baño, empecé a pensar en lo feliz que estaba y espontáneamente me vino la pregunta: “Si he sido tan feliz estos días en misiones, ¿por qué no ser misionero toda mi vida?”. Fue una pregunta que resonó muy dentro.  

Durante los años que siguieron la inquietud del llamado se fue arraigando en mi interior, de modo sutil y silencioso, incluso a pesar de que por periodos me alejara de Dios. Alguna vez me pregunté si tenía razones para descartar la posibilidad de que Él me estuviera llamando y no las encontré. Y así, lo que había empezado como una intuición fue madurando en una certeza, hasta que pocos meses antes de terminar el colegio le dije mi  definitivo a JesúsAlgunos años después, estando en misa dominical, escuché a mi párroco decir que si alguno sentía el llamado de Dios respondiera que sí ahí mismo en su corazónaunque después el proceso para entrar al seminario tomara tiempoAsí había sido para mí, porque mis papás alguna vez nos habían dicho a mis hermanos y a mí que ellos estarían felices si alguno de nosotros decidía ser sacerdote, pero que primero estudiáramos una carrera. Ese día aproveché para renovarle mi decisión a Jesús.  

En los años de universidad también tuve altibajos en mi relación con Dios. Pasé incluso por una profunda crisis de fe en la que llegué a cuestionar todo. Curiosamente la certeza de la vocación siempre siguió firme, como una roca en lo hondo del océano mientras la superficie estaba agitadaDe esa experiencia el Señor me dio la gracia de reencontrarlo y salir muy confirmado en la fe  

Muchas son las experiencias de esos años a través de las cuales Él fue reafirmando el llamado e inspirándome la alegría de seguirlo. Pienso, por ejemplo, en una que ocurrió en unos trabajos-misiones que hicimos con un grupo de exalumnos del colegio junto a un lago del sur de Chile. Muy cerca de la escuelita donde dormíamos había una casa que estaba siempre cerrada. Habíamos llamado varias veces y nunca contestaban. El último día en la tarde salí a rezar el rosario y vi que tenía las luces prendidas. Me dieron ganas de hacerme el desentendido pero mientras rezaba el rosario Dios me dio la gracia de proponerme ir apenas lo terminara. Llamé y después de un rato salió un señor con una expresión muy endurecida. Empecé a hablar y él respondía sólo con monosílabos. Pero poco a poco se fue soltando. Trabajaba como jardinero en una casa a orillas del lago. Su mujer y sus dos hijas lo habían abandonado hacía poco, por eso su casa estaba todo el día cerrada. Llevaba días sin ver a nadie y estaba pensando en suicidarse. Cuando me contó esto ya su cara era otra. Parecía un niño indefenso y arrepentido, al punto de que casi le salían las lágrimas. Al final decidió irse a la casa de su mamá para no estar solo. Le regalé mi rosario, un montón de imágenes y prometí que lo iba a encomendar en mis oraciones. Se llama Sergio y espero tener la gracia de encontrarlo nuevamente algún día y de conocer a su señora y sus hijas.  

Algunos meses antes de irme de mi casa a vivir con los padres fui a la habitación de mis papás y les dije que tenía que contarles algo. Mi mamá no me dio tiempo de hablar y me dijo: “¡Vas a ser sacerdote!”. Los dos se emocionaron mucho con la noticia y mi mamá contó que cuando mis hermanos y yo éramos chicos, viendo que tenía varios hijos hombres, le había ofrecido uno de nosotros a Dios. Para mí fue muy bonito enterarme de que mucho antes de que Dios saliera a mi encuentro ella ya estaba poniéndome en sus manos. 

 

De los años de formación en la Legión puedo decir que han sido muy bendecidos por Dios. Entre muchísimas otras, Dios me ha concedido la gracia de nunca tener dudas de la vocación y pienso que eso me ha permitido vivir sin aprehensiones, sin quedarme pensando en otras posibilidades. Obviamente que ha habido dificultades, sobre todo en los primeros años, pero con ellas también han venido gracias muy especiales.  

De lo mucho que se podría decir sobre estos doce años quisiera comentar nada más una experiencia por la que Jesús me ha ido llevando. Entré al Noviciado lleno de alegría y entusiasmo, con un profundo deseo de santidad en el corazón y el idealismo de quien se embarca en una gran empresa por la que vale la pena darlo todo. Como Pedro antes de la Pasióntambién quería aspirar a prometerle a Jesús una fidelidad total y llegar a ser un discípulo perfecto (cf. Lc 22,33). Sin quitar la bondad que había en todos esos deseos, que seguramente Dios mismo había puesto en mi corazón, con el correr de los años he podido experimentar y conocer más a fondo toda mi debilidad y miseria. Y después de darme muchas veces contra el muro de mi dureza y mezquindad de corazón, de la tendencia tan marcada a buscarme a mí mismo y ponerme a mí primero, me he ido convenciendo de la insuficiencia de mi amor a Él y de que la misión está muy por encima de mis posibilidades. De modo que siento que por mí mismo puedo ofrecerle muy poca cosa.   

Algunos meses antes de la ordenación diaconal en varias ocasiones salió a mi encuentro el pasaje del diálogo de Jesús resucitado con Pedro junto al mar de Galilea (Jn 21,15-19), después de que Pedro lo había negado y traicionadoCon sus preguntas, Jesús le hizo ver su debilidad, pero también que le bastaba que lo quisiera con su pobre amor con tal de que se fiara de ÉlA través del dolor por su infidelidad, Pedro pudo experimentar la misericordia de Jesús y ofrecerle lo poco que tenía. Entonces Jesús lo confirmó en su llamado, confiándole el cuidado de sus ovejas e invitándolo a un nuevo seguimiento. A través de este pasaje he reconocido un nuevo llamado del Señor a seguirlo, ahora desde mi pobreza, sabiendo que en mi mochila no cuento con el amor suficiente ni los elementos necesarios para el ministerio. Pero, por lo mismo, siento que me invita a fiarme de Él, porque Él estará conmigo. A pesar de todo, Jesús me vuelve a llamar y confirmar en la misión. Con esto, a diferencia de la actitud con la que partí al Noviciado y que tenía en los primeros años de formación, ya no siento que le esté haciendo un favor al Señor al responder a su llamado. Es todo lo contrario. Si me invita a participar de su misión es por pura misericordia suya  

En esta experiencia veo una gracia muy especial de Dios antes de comenzar el sacerdocio. Me ayuda a recordar que sólo soy un instrumento inútil (cf. Lc 17,10) y así poder dejarle a Jesús el lugar que sólo a Él corresponde, porque es a Él a quien todos necesitamos. Seguramente lo olvidaré muchas veces y me volveré a dar contra el muro, pero estoy seguro que ahí va a estar Él para levantarme, tal como a Pedro esa mañana junto al lago. Y sé que María también está siempre conmigo. 

 

 

El padre Lucas Délano Gaete L.C. nació el 23 de agosto de 1984 en Santiago, Chile. Es el segundo de cinco hermanos. Su etapa escolar la cursó en el Colegio Cumbres de Santiago. De 2003 a 2006 estudió Arquitectura en la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2007 ingresó a la Legión de Cristo en el Centro de Noviciado de São Paulo. Después de su primera profesión religiosa, en 2009, colaboró durante un semestre como promotor vocacional en Curitiba, y ese mismo año inició sus estudios de humanidades clásicas en Salamanca. Entre 2010 y 2012 estudió el bachillerato de filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Durante sus prácticas apostólicas fue instructor de formación en el Colegio Cumbres de Santiago y colaboró en la sección de jóvenes del Regnum Christi de Las Condes. De 2015 a 2018 estudió el bachillerato de teología en el mismo Ateneo romano. Actualmente trabaja en la sección de jóvenes del Regnum Christi de Bogotá, Colombia. 

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