P. Jesús Salinas, L.C.
Siendo el quinto hijo de la familia y el más pequeño, a veces uno se puede sentir como el consentido, y la verdad es que sí. Han sido tantas las cosas que he recibido desde mi niñez hasta el día de hoy que echando la mirada hacia atrás puedo decir sinceramente: “¡Señor, te pasaste!”. El regalazo de mi familia es uno de los pilares que me ha sostenido durante todos estos años. Nací en la Ciudad de México el 19 de junio de 1988 en una familia católica, hijo de unos padres extraordinarios y ejemplares en la fe que desde muy pequeño me fueron inculcando un amor muy sincero y personal a Dios. Mi mamá Ivonne ha sido siempre atenta a las necesidades de todos y estado siempre presente. Una mujer de oración y de un gran espíritu sobrenatural, de una alegría que se contagia fácilmente. Mi papá Jesús, todo un caballero, un hombre trabajador y responsable en sus compromisos, de una generosidad muy grande, buscando ayudar y estando al pendiente de sus hijos. Cuando era niño, cada domingo, una de las primeras cosas que le escuchaba decir por la mañana al levantarnos era: ¿a qué hora vamos a ir a misa? Sus prioridades estaban muy claras.
Tengo dos hermanos y dos hermanas mayores. Cada uno de ellos ha aportado de una manera muy única algo muy especial a mi vida, sobre todo por su cariño y apoyo, a pesar de los momentos difíciles en los que muchas cosas no se entienden fácilmente. Sus consejos de hermanos han sido muy valiosos en mi caminar hacia el sacerdocio. Mis hermanos me han dado un regalo muy grande. Yo siempre quise tener un hermano pequeño, pero no se pudo. Por eso a mis sobrinos (8 por el momento) siempre los he considerado como mis hermanos pequeños que me han dado mucha vida y alegría, sobre todo cuando he tenido la oportunidad de convivir con ellos durante estos años pasados.
Mi niñez fue tranquila, muy familiar, con buenos amigos. Desde el kínder estudié en el Instituto Cumbres Lomas de la Ciudad de México. Este colegio de verdad marcó mucho mi vida por las personas que conocí ahí, ya sean mis amigos, profesores, y también por mi primer contacto con los hermanos y sacerdotes de la Legión de Cristo. Ya desde entonces se iba preparando lo que sucedería años después. Un lugar que relaciono mucho y con cariño a mi niñez y adolescencia es nuestra casa familiar de Valle de Bravo. Un lugar de descanso que se encuentra a dos horas de la Ciudad de México. La mayoría de los fines de semana y vacaciones íbamos ahí para descansar. A mí me encantaba y me sigue encantando por la naturaleza y el ambiente de convivencia familiar. Los juegos con los vecinos, las amistades entre las familias, los paseos en bici y en la lancha eran algo muy divertido. Con el paso del tiempo llegué a conocer bien a los párrocos de Valle, que siempre se me hicieron muy agradables, hombres de Dios y muy cercanos.
Desde temprana edad me llamaba mucho la atención la vida sacerdotal, cada uno de los padres que iba conociendo era una inspiración muy grande. Hubo un tiempo en el que comencé a jugar a “celebrar la Misa” y a vestirme como cura. Ciertamente, las semillas se estaban plantando con estos encuentros. Me gustaba mucho ayudarles en la misas y saludarles. De la misma manera en el Cumbres, el contacto con los padres y los hermanos todos los días era algo muy especial. Tenían algo que yo también quería tener en el futuro. No puedo olvidar una persona que definitivamente ha marcado mi vida y ha sido uno de los que me ha inspirado más a pensar acerca del sacerdocio, ya desde muy temprana edad: el Papa Juan Pablo II. Mi mamá dice que cuando era muy pequeño, siempre llevaba conmigo a todas partes una estampita de Juan Pablo II con sus brazos abiertos saludando a todo el mundo. Ciertamente tenía una gran admiración por él y siempre ha sido un gran testimonio de lo que un sacerdote debe ser.
Con el paso de los años en el Cumbres llegué a conocer mejor a los legionarios, su forma de vivir y lo que hacían. Algo que yo percibía en general en cada uno de ellos era su alegría, su entusiasmo y que hacían cosas grandes. Era algo que se contagiaba mucho. En estos años me entré al ECYD, que fue mi grupo de amigos con los que quería profundizar más en mi fe y en hacer algo por los demás. Fue un tiempo muy especial en el que viví muy buenas experiencias primeramente con Dios, conociéndole como un verdadero amigo que busca lo mejor para mí y que a pesar de mis fallos, Él siempre estará ahí a lado mío ayudándome. Las convivencias, fines de semanas, peregrinaciones, nuestros encuentros semanales en nuestro club, “Beavers’ Club”, fueron grandes momentos en los que Dios estaba preparando la tierra para la semilla. En medio de todo esto llegó un momento en el que el enemigo del alma estaba haciendo su labor, buscando distraerme de lo que estaba haciendo y alejando de mí el pensamiento de tener una posible vocación sacerdotal. Lo importante ahora era ser “cool” y estar con los “cool” del grupo. Pero esto no duró mucho tiempo…. Al final de sexto de primaria un sacerdote legionario, muy amigo y cercano a mi familia, el P. Jesús Blázquez, L.C., que conocía mis inquietudes sacerdotales, me escribió una postal en la que me preguntaba si ya me había olvidado de mi vocación sacerdotal. Esta pregunta fue para mí como si alguien me lanzara un cubetazo de agua fría, porque la verdad estaba poniendo la vocación a un lado y dándole más importancia a la vida social. Ciertamente la idea de la vocación sacerdotal era algo que si sucediera, sería algo que comenzaría después de la preparatoria, o inclusive después de la carrera. Pero se ve que Dios tenía prisa…. La postal del P. Blázquez marcó un antes y un después.
Al año siguiente comencé la secundaria en el Cumbres México. Me esperaba un año lleno de sorpresas. Yo seguí muy asiduo en mi participación en el club del ECYD. Justamente ese año se estaba organizando una peregrinación a Roma para celebrar el 60 aniversario de la fundación de la Legión (1941-2001). En el colegio se estaba promoviendo esta peregrinación. A mí me entraron unas ganas enormes para ir, y gracias a mis papás pude ir con mi club del ECYD. Fue una experiencia increíble e inolvidable. El haber podido estar tan cerca del Papa en Roma y ver a tantos legionarios juntos me marcó e inspiró mucho. Durante ese periodo en Roma tuve la oportunidad de participar en una Convención Internacional del ECYD. Ahí pude compartir experiencias con adolescentes de otros países, sobre todo de Chile y Estados Unidos. Fue muy impresionante conocer más de cerca los apostolados que los legionarios dirigían, sobretodo siempre pensando en grande, buscando la manera de acercar al mayor número de almas a Cristo. Todo esto me atraía mucho y me llenaba de una manera muy grande. Este tiempo en Roma fue como otro escalón que Dios estaba poniendo delante de mí para que siguiera subiendo hacia la cumbre que Él me estaba llamando.
Regresando de Roma estaba en el colegio en un día normal de clases durante la peor clase: Matemáticas…. Por la ventana veo a un legionario que nunca había visto en el colegio (P. Rafael Pacaníns, L.C.), y mi sorpresa fue que se detuvo en la puerta de mi salón y le preguntó al profesor si podía entrar y hablar durante algunos minutos. ¡Y así fue! Recuerdo bien que era un legionario simpático y “buena onda” que nos habló con mucha sencillez y claridad sobre las diferentes vocaciones, dando un mayor énfasis a la vocación sacerdotal. Esta breve plática despertó nuevamente ese deseo que tenía desde pequeño de ser sacerdote, además que las experiencias en Roma me ayudaron a quitar el polvo que se estaba acumulando en mi inquietud vocacional. Después de esta charla algunos de nosotros hablamos con el padre porque estábamos interesados en visitar la escuela apostólica durante un fin de semana. Al fin de cuentas yo fui el único del salón y del colegio que fue a esta convivencia… Fue una experiencia muy especial el haber podido visitar ese lugar en donde se respiraba un ambiente de mucha serenidad, caridad y familia. Durante el resto de ese curso escolar el P. Rafael me fue orientando y guiando en mi discernimiento vocacional hasta que un día él me dijo que fuera a la capilla y platicara con Cristo sobre esto. Y así lo hice. En esta visita solamente sé que algo muy especial pasó. Comencé a agradecerle a Cristo todo lo que me había concedido y le dije que me ayudara a caminar por donde Él me quería llevar. Sin quererlo comencé a llorar, pero en mi interior estaba muy contento y con una convicción muy grande que Él me estaba llamando a entrar en la escuela apostólica. Cuando le comenté a mis papás sobre la idea de ir al seminario menor, ciertamente fue una sorpresa que les costó. Al mismo tiempo, doy gracias a Dios por el apoyo tan grande e incondicional que siempre me brindaron.
El 14 de julio de 2001 fue el día en que salí de casa para comenzar esta aventura de seguir a Cristo. ¡Cada año ha sido una experiencia increíble! Después de haber terminado la secundaria y la preparatoria en la escuela apostólica en la Ciudad de México, llegó el momento grande de discernir sobre tomar el paso hacia el Noviciado. Dentro de mí todavía estaba esa llama grande del llamado de Cristo y confiando en Él, tomé el paso. El Noviciado lo realicé en Estados Unidos, en Cheshire, CT. Un lugar muy especial, de grandes recuerdos, y sobre todo, lleno de muchas amistades con mis compañeros de batalla y con mis formadores. En el transcurso de estos dos años descubrí de una manera muy especial el don de la Eucaristía y el don de la fraternidad con mis compañeros. Todos estábamos ahí queriendo conquistar el mismo ideal: Cristo y la salvación de las almas. Al final de estos dos años de Noviciado hice mi primera profesión de votos, comenzando así mi vida como religioso en la Legión de Cristo, y al mismo tiempo comenzando una nueva etapa de formación: las humanidades clásicas. Serán otros dos años que viviría en la misma casa, con nuevos compañeros y formadores. En febrero de 2009 Dios tenía una sorpresa para todos los legionarios cuando descubrimos las noticias de la doble vida de nuestro fundador. Recuerdo esos meses como si estuviéramos caminando en la oscuridad, no sabiendo bien por dónde íbamos, y ciertamente con muchas dudas acerca del futuro de la Legión, pero a pesar del dolor pude redescubrir mi llamado, recordando que quien me había llamado es Cristo, y es Él quien me quiere en la Legión para conocerlo, amarlo y llevarlo a los demás. Fue un periodo de purificación que me ayudó a valorar el don que tenía en manos. Al mismo tiempo mis compañeros y formadores, sobretodo el rector, el P. Christopher Brackett me ayudaron mucho a mantener los ojos fijos en Cristo.
En 2010 comencé mis estudios de filosofía en Thornwood, NY. Serán dos años con nuevos retos, estudios y proyectos. Recuerdo de manera especial el inicio de la revisión de nuestras Constituciones, pedida por el Papa Benedicto. Fue muy enriquecedor poder compartir con los demás nuestras experiencias y nuestras propuestas para construir mejor la Legión del futuro. Al concluir mi bachillerato en filosofía, mis superiores me enviaron a Rolling Prairie, Indiana para comenzar mis prácticas apostólicas como prefecto de disciplina en el Centro Vocacional. Fueron dos años en los que aprendí muchísimo a ser un amigo, hermano y padre con los adolescentes y ayudarles a llegar a su plenitud vocacional. La colaboración con los padres de familia en la formación de sus hijos era algo muy emocionante y satisfactorio. En el verano de 2014 recibí la misión de encaminarme a San Jose, California para colaborar con la pastoral juvenil y con la promoción vocacional. Fue un cambio radical pero que me abrió muchos horizontes en el apostolado y de conocer a personas muy comprometidas en el Regnum Christi.
Al concluir mis prácticas apostólicas regresé a Roma después de 15 años, pero ahora ya como legionario. Los tres años que viví en Roma estudiando teología estuvieron llenos de miles de gracias y aventuras, de manera especial fue un periodo en el que pude tener una mayor calma y paz en mi preparación para la profesión perpetua, el diaconado y el sacerdocio. La cercanía del Papa y el simple hecho de estar en Roma ya de por sí eran una gracia especial. Tengo que decir enérgicamente que sin la gracia de Dios no hubiera podido llegar hasta aquí, pero no puedo olvidar también dos columnas que han estado siempre presentes en mi vocación y que me han ayudado a perseverar: 1) mis papás, hermanos y hermanas que desde el inicio han estado ahí a pesar de las dificultades; 2) mis hermanos legionarios (los “brothers”), que con su amistad me han ayudado a salir adelante en los momentos difíciles.
Es impresionante ver cómo Dios ha actuado a lo largo de mi vida, a veces de maneras muy pequeñas, pero Él sabía lo que estaba haciendo. Después de 17 años de camino recorrido agradezco diariamente a Dios por este don inmerecido que me ha regalado y por el don de todas las personas que ha puesto a mi alrededor para que descubriera más claramente su voluntad y la siguiera.