Ordenaciones Sacerdotales 2019

Conozca a nuestros nuevos sacerdotes

P. Alejandro Espejo, L.C.

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Rema mar adentro!

 

La noche del jueves santo 8 de Abril de 2004 es de luna llena y silenciosa. Alrededor de la medianoche me encuentro en adoración nocturna en la capilla de Pimientita, Quintana Roo, México, librando una de las batallas decisivas de mi vocación.

Pimientita es una comunidad pobre de no más de 45 familias que viven del campo. Casi todas las familias están divididas o peleadas porque algún hijo o hermano se ha pasado a uno de los 5 templos de diversas sectas. Las capilla católica no es más que una palapa con “paredes” de palos y techo de guano. El salón de clases de la pobre escuelita del pueblo y varios de los templos tiene más bancas y están mejor iluminados y acondicionados que la pobre capillita, adornada por un simple altar, un crucifijo y un par de imágenes religiosas: la virgen y otro santo. No tiene sagrario, pero los misioneros hemos gozado de la presencia de la eucaristía ya que el párroco me ha encargado a mí, como ministro extraordinario de la comunión, celebrar las paraliturgias de la semana santa y me ha dejado un copón con el Santísimo Sacramento para repartir la comunión. Esta noche le acompaño recordando su agonía en Getsemaní. Yo también libro mi batalla para decir sí al plan de Dios. Desde hace 3 años, Dios me ha dado a entender con varios gestos que me llama a ser sacerdote, pero yo no quiero… aún.

Todo empezó 4 años atrás, en la semana santa del año 2000. Cursaba tercero de secundaria en el Instituto Cumbres Mérida y participaba regularmente en las actividades y apostolados del ECYD. A mi mejor amigo lo habían invitado los consagrados del Regnum Christi a misiones de semana santa en los pueblitos que están a las faldas del Pico de Orizaba. Como él no quería ir solo me invitó a que fuera también, si bien yo no tenía idea dónde era exactamente, cuál era el plan y el motivo de estas misiones. Decidimos ir juntos, pedimos permiso a nuestros papás, compramos boletos de avión y pagamos la inscripción y sin embargo, pocos días antes de viajar, sus papás le quitaron el permiso de ir. Decidí ir solo.

Al llegar encontré un grupo grande de jóvenes de otras ciudades, entre los cuales hice rápidamente nuevos amigos y con un grupo nos tocó misionar el pueblito de Tuzantla y sus alrededores, llenos de bosques y cultivos de alcatraces, mi flor favorita. La belleza del lugar me revelaba las maravillas que Dios ha creado y preparaba la tierra donde sembraría mi vocación. Nos acompañaba el P. Miguel Cavallé, L.C. ordenado pocos meses antes. El P. Miguel causó una fuerte impresión en mí en los primeros días, era el que más rezaba, el que más bromas hacía, el primer en salir a misionar, él y yo los únicos que repetíamos plato de pozole en la cenas en casa de las familias del pueblo. “¡Este padre vive a tope, es el primero en todo! Qué buen sacerdote.” Las misiones me abrieron los ojos a una realidad que no conocía: la falta de misioneros, de catequistas, de personas que transmitan la fe, que la enseñen, pero sobre todo de sacerdotes, que celebren los sacramentos y “pastoreen el rebaño”. El párroco debía atender una docena de comunidades. No se daba abasto. Visitaba esta comunidad una vez por semana; llegaba una media hora antes de la misa a escuchar confesiones, celebraba y se subía a su camioneta para llegar a la siguiente comunidad por caminos de terracería.

Los primeros días vistamos todas las casas caminando muchos kilómetros, subiendo y bajando valles y laderas. Para el jueves por la noche estaba yo muerto de cansancio. Sentado en una de las últimas bancas de la capilla escuchaba la reflexión de Oscar, el consagrado sobre el pasaje evangélico de la pesca milagrosa. En mi corazón se quedaron marcadas las palabras de Jesús a Pedro: “¡Rema mar adentro! ¡No temas! Ven y Sígueme, desde ahora serás pescador de hombres (cf. Lc. 5, 1-11).” En ese momento sentí que significaban para mí: No te quedes en la cómoda orilla, confía en mí, dame un poco más. Has experimentado la falta de sacerdotes ¿Por qué no eres sacerdote? Como el P. Miguel. Yo me sorprendí de esta inspiración, ¿será verdad que Dios me llama? Implicaría muchos cambios es mi vida que me daban miedo… dejar la orilla.

A pesar de haber convivido los últimos años con los legionarios en el colegio, nunca me había planteado ser sacerdote. Al día siguiente hablé con Oscar y me propuso ir al Centro Estudiantil en la Ciudad de México a continuar mi preparatoria para iniciar un discernimiento vocacional. La idea me gustaba, sin embargo en las semanas que siguieron, le conté a mis papás sobre lo que había sentido en las misiones y ellos me sugirieron terminar mi preparatoria en el Cumbres de Mérida y luego ver el tema de la vocación. Así fue.

Los años de la preparatoria estuvieron llenos de actividades del Regnum Christi y del ECYD, del cual pasé de miembro a responsable de equipo. Retiros, cursillos, apostolados, pláticas, dinámicas de grupo, cinefórums, horas eucarísticas, etc, me ayudaron a seguir cerca de Jesús y a hacer algo para que otros le conocieran mejor. Las 3 semanas santas me fui de misiones y fueron mis semanas favoritas, incluso por encima de la semana de vacaciones familiares en Cancún. Salía de fiesta con mis amigos y amigas, En un ambiente divertido y sano a la vez, con las dificultades propias de la adolescencia. Y sin embargo frecuentemente cuando abría mi Biblia para hacer un rato de oración, venía de nuevo a mi corazón: “¡Alejandro, rema mar adentro! Ven y sígueme.”

En ese entonces no estaba abierto a mi vocación, si bien reconocía que tenía mucho que agradecerle a Dios y quería hacer algo por él. Mi familia se había acercado mucho a la fe, gracias al colegio y gracias a un gran párroco quien con su amistad y cercanía acercó especialmente a mi papá a la fe. Me iba bien en los estudios, tenía un grupo muy bueno de amigos, me divertía en las fiestas, disfrutaba mi labor como responsable de un equipo de adolescentes del ECYD. No estaba de acuerdo con el prejuicio de muchos compañeros de clase que decían que si te involucrabas demasiado con los padres en el ECYD o el Regnum Christi, terminabas de padrecito. Yo quería demostrarles que no era cierto, quería ser un auténtico cristiano y hacer apostolado sin terminar en el seminario y al mismo tiempo seguía sintiendo la inquietud de que Dios me llamaba personalmente sin tener tampoco la completa seguridad. Recuerdo que en un retiro le pregunté desesperadamente al P. Mario cómo se escuchaba a Dios, cómo tenía uno la seguridad que algo viene de él o es una idea propia o de alguien más. Él trató calmadamente de explicarme pero no me sirvió mucho. Tardaría varios años en aprender esta arte de escuchar a Dios en la oración.

En diciembre de 2002, unos amigos de Alemania nos visitaron y me ofrecieron pasar unos meses con ellos para aprender Alemán, cuando terminara la preparatoria. Me ilusioné con ir a Alemania. Otra opción era dar un año de colaborador del Regnum Christi. Conocía a varios ex colaboradores y todos regresaban contando maravillas de su año de apostolado. En enero de 2004, platicando con el P. Luis en una dirección espiritual me propuso que por qué no daba un año de colaborador en Alemania. La idea me agradaba, comencé a tomar clases de alemán, le propuse este plan a mis papás y aceptaron. Pero en el fondo sabía que si me iba de colaborador, no podría esquivar la pregunta de la vocación y por ello no me decidía.

Fue así como llegué a la misión de Semana Santa en pimientita con otros 5 amigos misioneros. Esa noche de adoración de Jueves Santo tenía que tomar la decisión de irme o no irme de colaborador, de afrontar la pregunta de la vocación o de darle más vueltas. Después de mucho luchar, le dije a Dios: “Reconozco que te debo mucho, y no quiero ser un desagradecido, por ello, te doy un año de colaborador y estamos tablas (saldar esa “deuda”), ¿va? Si me llamas, habla más claro”. Hoy me rio de ésta actitud, pero creo que para Dios fue suficiente, me tuvo paciencia y aceptó mi trato. Dos días más tarde, él me regalaría una de las experiencias más bellas de mi vida. El sábado santo me tocó presidir la paraliturgia de la Vigilia Pascual. El sacerdote nos había advertido que vendría por nosotros a las 6.30pm en punto para llevarnos al pueblo más grande y luego llegar puntual a otra celebración. Así que dejamos todo listo, capilla adornada, maletas hechas, prendimos el fuego muevo y a eso de las 5 de la tarde comenzamos la celebración. Prediqué una pequeña exhortación sobre la resurrección invitando a la paz y la reconciliación de tantas familia rotas. Repartir la comunión fue un momento de mucha alegría y satisfacción. ¿Podría hacer esto toda mi vida?

Terminamos la liturgia justo cuando el padre llegó y nos apuró para que nos subiéramos a la camioneta. Yo quería despedirme de la gente, de los niños, y apenas si pude despedirme de unos cuantos por las prisas. Así, triste y molesto me subí a la camioneta, llevando además en mis manos el copón la Eucaristía, las hostias consagradas, que habían sobrado. Con los ojos cerrados, en el asiento del copiloto, lloré de tristeza con Jesús en mis manos por no haber podido terminar la misión agradeciendo a la gente, despidiéndome de aquellos que nos dieron de comer, etc. El camino de terracería era muy malo, lleno de hoyos y piedras que la camioneta saltara y temblara continuamente. Sin embargo, después de unos minutos me sumergí en un diálogo delicioso con Jesús Eucaristía en el que perdí la noción del tiempo y del camino. No se cuánto duró este diálogo, recuerdo sólo que al llegar a nuestro destino, mi corazón había sido consolado. Estaba muy agradecido de poder haber hecho misiones ahí, de haber podido representar a Jesús como ministro extraordinario de la liturgia y de la comunión, de haber vivido esas misiones con varios de mis amigos de la prepa que nunca habían ido. Estaba muy agradecido con Dios por el testimonio de los católicos de Pimientita y de su fe sencilla pero viva. Yo les había llevado algo precioso, que fuera del sacerdote, nadie más podía llevarles: La palabra de Dios y la Comunión durante todos los días de la semana santa. Y bien que lo valoraban. Me bajé de la camioneta, fui al sagrario de la Iglesia a depositar el copón y luego me fui a seguir a solas mi diálogo con Jesús. Otros misioneros festejaban y platicaban a lo lejos, pero yo no quería dejar pasar ese momento de inmensa alegría. Después de ello, confirmé a Dios mi deseo de ser colaborador.

Al finalizar la prepa había hecho examen de admisión para estudiar ingeniería en la Universidad del Mayab y había sido admitido, incluso me respetaban la beca que había ganado para cuando entrase después de un año de colaborador. Para pagar el cursillo de colaboradores, tuve que renunciar  ir a mi viaje de graduación y otros sacrificios, pero valieron la pena. No hay mes de mi vida que me haya marcado tanto como mi cursillo de colaboradores en el verano de 2004. Gracias al acompañamiento del P. Luis Ignacio aprendí ahí a hacer oración, a escuchar y hablar con Dios. Los padres y consagrados se esmeraron para que conociéramos mejor a Jesús, no sólo aquello que dicen las Escrituras, sino también su personalidad, su manera de reaccionar, de hablar, de pensar. Tuvimos pláticas y testimonios en los que comprendí mejor qué es el Regnum Christi y qué busca. Lo más importante fue la cantidad de amigos que hice entre los 80 colaboradores de aquel año. ¡Qué ambientazo! Nada nos desanimaba, ni la lluvia hacía que dejáramos de jugar voleibol o fútbol. Recibí la noticia que sería colaborador en Düsseldorf, Alemania.

Mientras hacía el trámite de la visa, acompañé a Emilio, un consagrado, en un viaje por Cotija, Michoacán y sus alrededores. Incluso hoy después de conocer la doble vida del fundador, estoy agradecido con Dios por ese mes. Me impactó mucho la devoción de la gente de la ciudad. Misas de 7:00am entre semana llenas de niños antes de ir a la escuela. La devoción a la Virgen y al Sagrado Corazón está por todos lados. La gente del pueblo habitualmente viven la caridad con los necesitados y la benedicencia. Hoy, viendo hacia atrás, veo que muchas cosas que hoy vivo como legionario y que el fundador y los primeros legionarios predicaban mucho, las adquirieron por ósmosis de su tierra. Mis padrinos me regalaron una cámara digital sencilla y desde aquí empezó mi pasión por la fotografía.

En Octubre, llegué a Alemania y comencé con la labor encomendada de promover la Jornada Mundial de la Juventud que sería en Colonia en Agosto de 2005 y preparar la logística, alojamiento, boletos de tren, etc. para el grupo de peregrinos del Regnum Christi que venían de todo el mundo. Esta tarea me hizo crecer mucho humanamente: aprender otro idioma, vencer la timidez, tomar el teléfono y promover y entusiasmar a otros jóvenes y padres de venir al encuentro con el Santo Padre. Sin embargo, lo qué más agradezco de ese año, es el testimonio de los padres legionarios de la comunidad donde estuve: P. Klaus, P. Paul, P. Benoit, P. Sergio, el H. Carlos y otros dos jóvenes colaboradores que hoy son grandes amigos, Peter y Bruno. En la comunidad se vivía un ambiente muy alegre y de mucha caridad, ¿quién lo hubiera dicho, que entre estos padres hay tanta alegría, se divierten tanto, que se ayudan tanto y que tienen tanto celo apostólico? Tanto los días de apostolado, como los días de convivencia eran una gozada. Y me impresionó más aún, conocer el Noviciado en Bad Münstereifel. Todos los novicios eran jóvenes, alegres, de diversos países, me invitaban a sentarme con ellos y a jugar con ellos. El edificio tenía muchas ventanas, y si bien rezaban mucho, no se les veía aburridos o cabizbajos, todo lo contrario. Mi concepto de un seminario cambió por completo. En noviembre participé  asistí a las ordenaciones sacerdotales en Roma de un gran numero de legionarios y en diciembre regresé para una peregrinación con los otros colaboradores y después de año nuevo, hacer ejercicios espirituales. Hacer mi primera confesión general, de toda mi vida, fue difícil y penoso, y al mismo tiempo una experiencia liberadora del amor de Dios. Era como dejar caer un fardo de cincuenta kilos que había ido acumulando. Fue ahí donde Dios me habló claramente: “Te amo como eres, no me importa tu pasado, lo que hayas hecho o hayas dejado de hacer, ven y sígueme. No te llamo a una vida aburrida, te llamo a ser feliz siendo sacerdote, dando mi Palabra y mi Cuerpo a los demás”. Aún recuerdo el lugar y la hora donde Dios me dio la gracia de esa seguridad de ser llamado: caminando por un pasillo del sótano a eso de las seis de la tarde caminando junto a otro sacerdote. Yo estaba decidido a al menos ir al candidatado, ahora tocaba comunicárselo a mis papás. Recé intensamente para que ellos lo tomaran bien y tuviera su apoyo. Cuando les marqué, mi mamá me dijo que lo presentía, y mi papá, para mi sorpresa me dio su apoyo: “Si eso es lo que tú quieres, adelante.” Me quedaba claro que si quería perseverar como sacerdote, necesitaba una comunidad. Hay sacerdotes que viven solos y fieles, pero estaba convencido que ese, no era el camino para mí.

En los meses siguientes Dios fue dando otros pequeños signos y apoyos a esta decisión: conversaciones, cartas. La nueva dificultad era que mi tarea terminaba con la JMJ con el Papa a finales de Agosto, y para esas fechas el candidatado estaba prácticamente concluido. Si quería entrar al noviciado ese año, debía renunciar a la JMJ y al fruto de mis esfuerzos de todo el año. Tomé la decisión de esperar un año para entrar, vivir la JMJ, madurar más y dar un segundo año de colaborador. Durante la Jornada Mundial de la Juventud Dios me hizo entender que podía hacer una diferencia, que seguir a Cristo no quita nada y lo da todo. La noche de la vigilia con el Papa me quedé prácticamente sólo, perdí a mi grupo y a pesar de ello, fue una noche de oración intima con Jesús, semejante a aquella en los caminos de terracería del año pasado. Empezaba a reconocer esos momentos donde Dios se me revelaba.

Mi segundo año de colaborador fue más difícil, más demandante físicamente, apoyé al P. Juan Andrés en el ECYD y el Regnm Christi de jóvenes en Cancún, Q. Roo. Nunca entendí como los legionarios me mandaron a mí, que pensaba en la vocación a un lugar de tantos desenfrenos y superficialidades. Dios me protegió y me hizo madurar mucho ese año. Estoy muy agradecido por el testimonio de muchos jóvenes que a pesar de vivir en ese ambiente turístico y de tentaciones constantes, vivían fielmente su amistad con Jesus. Si en Alemania la alegría de la comunidad de padres jóvenes me había sorprendido, en Cancún me llevé una sorpresa mayor al vivir una comunidad de padres mayores, varios de ellos con enfermedades y achaques físicos y no obstante, también alegres y celosos por atender a los fieles de sus parroquias. Sacerdotes que celebraban 3 misas y 3 paraliturgias cada domingo, que confesaban largas horas entre semana, que eran creativos para sacar adelante sus parroquias y construir nuevas iglesias y capillas y reconstruir aquellas que destruyó el huracán Wilma. El mensaje de Dios era claro: “No sólo te llamo a una vida plena como sacerdote mientras tienes la fuerza y el entusiasmo en tu juventud, también cuando seas mayor puedes ser plenamente feliz como estos padres”. Debo confesar que en 2009 cuando salieron a la luz los terribles hechos del fundador, el testimonio sacerdotal y entusiasta de estos sacerdotes misioneros en Quintana Roo me ayudó mucho en mi decisión de seguir el camino de la formación sacerdotal en la Legión de Cristo. Mi primera experiencia de la paternidad espiritual, vino cuando casi al final de este segundo año, Juan Pablo, uno de los jóvenes del ECYD me pidió si podía ser su padrino de confirmación. Le advertí que estaba pensando en entrar al seminario y que no podría estar tan cerca como un padrino debiera estar, pero eso no fue problema para él y ambos aceptamos. A pesar de la distancia, he tomado siempre en serio esta responsabilidad de rezar por él y por los otros jóvenes para los que Dios me ha llamado a ser padre espiritual.

En junio de 2006 comencé el candidatado en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey. Como el cursillo de colaboradores, un mes intenso, en el que hice muchas amistades y aprendí muchísimo de mi fe y de la oración. Yo le decía a Dios, “Si tu me llamas, yo quiero responder, si tu quieres que sea tu sacerdote, yo también lo quiero, confío en ti” y sentía fuertemente que él sí me llamaba. La dificultad que sentía en aquel entonces consistía en ver y aceptar si era yo capaz de responder, si mis infidelidades pasadas no me “descalificaban”. Fueron días muy angustiosos, donde me veía más a mí y mis pecados que a Dios y su misericordia que le recrea a uno con su perdón.

Fui aceptado y enviado al noviciado de Alemania, donde fui con mucha ilusión a esa comunidad que tanto me había ayudado en mi discernimiento. Y las dificultades sobre si yo era “digno”, continuaron. Durante mi formación legionaria, he tenido gracias a Dios siempre la gracia de experimentarle nuevamente en la confesión y en el acompañamiento paciente de mis superiores y de ese modo esas dudas se han ido resolviendo. Dios me ama con amor eterno, no quiere que vea mi pasado, sino que le ame con amor presente y preparándome para servirle en el futuro. Su amor en incondicional y lleno de misericordia y me ha preservado a veces de modos extraordinarios de peligros espirituales muy grandes. Ha permitido muchas veces grandes o repetidas caídas, para que sea humilde, y para que pueda como sacerdote comprender al que ha caído y tiene vergüenza o siente que no puede levantarse. Durante mi formación legionaria, comenzando en el noviciado, ha crecido en mi la conciencia de que Dios me llama a ser un buen confesor, con corazón de pastor y llamado a dar mucha esperanza, porque “incluso cuando nosotros somos infieles, Dios es fiel (cf. 2 Tim 2,13).”

Hice mi primera profesión con ucha ilusión el 13 de septiembre de 2008. Mi formación me h llevado a vivir en Cheshire Connecticut, estudiar filosofía en Roma, la Ciudad de México donde hice tres años de prácticas apostólicas con los jóvenes del Regnum Christi y donde aprendí mucho de loa padres de mi comunidad, especial mente el P. José María. En 2014 regresé a Roma para comenzar mis estudios de teología, los que interrumpí durante el ciclo 2016-2017 para apoyar un año en la escuela apostólica de Bad Münstereifel. Durante todos estos años he podido crecer en mi amor por la fotografía y el diseño gráfico. Me encanta jugar juegos de mesa y leer y comentar libros y artículos con mis hermanos. El último año de teología fue muy bello, ver cómo la renovación de la Legión, mi familia se hace cada vez más realidad, más visible, su pedagogía se renueva, su entusiasmo por llevara Cristo renace. Fue un año en el que descubrí el arte del discernimiento en la vida diaria con la ayuda del P. David y el P. Ignacio a los que les agradezco el acompañamiento inmediato a la ordenación diaconal.

Me siento muy agradecido con Dios de permitirme regresar a Alemania a trabajar apostólicamente. Es muy diverso de mi experiencia en México, y sin embargo me queda claro que tengo una riqueza que aportar en ese territorio y a esos jóvenes. La alegría, la espontaneidad para hacer algo por Dios y por el prójimo, el poder crear comunidad y abrir los horizontes apostólicos de los jóvenes. Proponer de nuevo el ideal de cambiar el mundo con Cristo y para Cristo, empezando por nuestra propia vida pero aprovechando las posibilidades de desarrollar el propio liderazgo cristiano. Hace algunos años quería demostrar que se puede ser feliz cuando uno se entrega al apostolado y a hacer algo por el prójimo sin necesariamente terminar de sacerdote. Tengo muchos amigos que han sido generosos con Dios y hoy casados dan testimonio de esta realidad. A mí, Dios me pidió dar otro testimonio: Que sólo se es plenamente feliz, cuando uno sigue el plan que Dios desde la eternidad ha pensado para uno. Que no hay que tener miedo a que Dios lo pida todo, pues no quita nada de lo que hace la vida bella y al contrario, da el ciento por uno en casas, padres, madres, hermanos, hermanas, bienes, con persecuciones es cierto, y la vida eterna a aquellos que le siguen. Esa ha sido mi experiencia en estos 14 años de formación: Un constante gozar y admirarme de la generosidad y fidelidad de Dios: el ciento por uno y esperando en Él la vida eterna dentro de poco.

Alejandro Espejo Silva, L.C. nació el 11 de octubre de 1985 en la Ciudad de México. Creció en la ciudad de Mérida, Yucatán y fue alumno del Instituto Cumbres Mérida y miembro del ECYD y el Regnum Christi en esa localidad. Al terminar el bachillerato fue colaborador dos años, uno en Düsseldorf, Alemania y otro en Cancún, México. Ingresó al noviciado en Monterrey en el verano de 2006 y pocos meses después fue destinado al noviciado en Bad Münstereifel, Alemania. Allí emitió su primera profesión el 13 de septiembre de 2008. Curso los estudios de humanidades en Cheshire. Luego inició el bachillerato en filosofía en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. En 2011 inició sus prácticas apostólicas como auxiliar de la sección de jóvenes del poniente de la Ciudad de México. En 2014 regresó a Roma para comenzar el bachillerato de teología. Emitió su profesión perpetua el 9 de julio de 2016. Interrumpió sus estudios para colaborar por un año como formador en la escuela apostólica de Bad Münstereifel, Alemania. En otoño de 2017 regresó a Roma para concluir sus estudios de teología. Recibió la ordenación diaconal el 6 de octubre de 2018 en la Ciudad de México. Actualmente colabora como auxiliar de la sección de jóvenes de Regnum Christi en Düsseldorf, Alemania y sus alrededores.